martes, 10 de agosto de 2010

Tema: "El Reportaje." Lectura de apoyo para los estudiantes del énfasis de Medios de Comunicación.

“La obsesión por adelgazar puso en peligro mi vida”



Hace poco más de un mes, nos sorprendió la noticia de una mujer inglesa que había aparecido en la televisión de su país pidiendo ayuda para vencer la enfermedad que consume a su hija Samantha. Esta joven de 26 años padece anorexia nerviosa desde los 13, cuando inició un pacto de adelgazamiento con Michaela, su hermana gemela, que acaba de fallecer. Con sólo 32 kilos de peso, Samantha tiene la piel pegada a los huesos y apenas puede mantenerse en pie, pero cuando se mira al espejo se ve gorda y se niega a comer. Es la situación extrema de una enfermedad que afecta a una de cada 100 jóvenes, en la mayoría de los casos adolescentes. Y de cada diez pacientes, nueve son mujeres.

Es el caso de Paloma Martín. Su aspecto no nos pone los pelos de punta, pues por suerte ella ha atajado su enfermedad a tiempo. Los médicos le diagnosticaron anorexia nerviosa con episodios de bulimia (el caso contrario: obsesión por comer), dos alteraciones que muchas veces van unidas.
“Empecé a los 17 años con pequeñas depresiones, que ahogaba en la comida. A continuación sentía remor­dimiento, y en secreto, me provocaba el vómito y tomaba laxante”, nos cuenta. “De pronto, adelgazar se convierte en un vicio, una obsesión que se te escapa de las manos. La mente se apodera de tu cuerpo. Primero pierdes un kilo, luego dos... y después quieres quitarte cinco más. Casi no comía; pensaba que hasta un vaso de agua me iba a engordar; escondía la comida, para que mis padres no se dieran cuenta, y al mismo tiempo me atiborraba de pastillas y adelgazantes. Y los con­sumía hasta en dosis de tres veces superiores a la que indicaba el prospecto. Llegué a pesar 44 kilos, cuando, según me decían, mi peso ideal era de 52 o 53 kilos. Mi familia me decía que estaba demasiado delgada, esque­lética, pero yo me veía bien así –a veces, incluso, me sentía gorda– y tenía pánico de subir algún kilo. Pero llegó un momento en que tenía la barriga hinchada, sentía dolores y no podía dormir. Entré en una fase de depresión. No quería hablar con nadie, no salía de mi casa, me daba asco a mí misma; empecé a aislarme y perdí muchos amigos”.

Si se acude al médico a tiempo, el problema se supera

Las anoréxicas son chicas ejemplares que nunca han dado problemas a sus padres. Pero en realidad, viven atormentadas por su falta de autoestima: temen enfren­tarse a las dificultades de la edad adulta y achacan todos sus problemas a su físico. Creen que si pierden peso todo les irá mejor. Los expertos en este tema hablan de un deseo inconsciente de no crecer para seguir recibiendo la atención de las personas mayores.
Detectar a tiempo el problema es fundamental para detenerlo, porque una vez contraída, la enfermedad crece de forma incontrolable. Las curaciones espontá­neas en las que la paciente consigue superar la anorexia por sí sola son mínimas. Esta enfermedad requiere un tratamiento médico personalizado. Y cuanto antes comience, mejores serán los resultados y más rápida la recuperación.
“De pronto comencé a tener episodios de bulimia: no podía evitar darme unos atracones tremendos de comi­da”, continúa explicándonos Paloma. Y claro, luego sentía unos terribles remordimientos y me provocaba el vómito, tomaba laxantes. Era un círculo vicioso. Probablemente fueron estos momentos de ansiedad por comer los que me hicieron ir al médico. Fui sin que lo supiera mi familia”.

La bulimia suele hacer que las jóvenes pidan ayuda en secreto, y una vez iniciado el tratamiento, son bas­tante inconstantes a la hora de seguirlo. En los casos de anorexia, sin embargo, la afectada no quiere ir a la consulta del médico y es arrastrada por sus padres, pero suele seguir las indicaciones del especialista con cierto rigor. “El médico me diagnosticó anorexia con episodios de bulimia y me envió al psiquiatra –nos explica Paloma–. Luego, contacté con un médico endocrinólogo que me hizo pruebas: me había dañado el riñón por tomar tantos diuréticos, tenía el colon irritado, padecía anemia y había perdido pelo. Ahora estoy siguiendo un tratamiento y me va bien, aunque ya me han advertido que es largo (puede durar cuatro años) y no me resulta nada fácil”. [...]

El tratamiento de la anorexia tiene tres facetas: nutri­cional, guiada por un endocrinólogo, para propor­cionar a la joven todas las sustancias que necesita su organismo; psicoterapia individual, por psiquiatras o psicólogos, para que la afectada se dé cuenta de su realidad y aprenda a aceptarse como es; y atención psicológica a los padres, para quienes resulta muy duro presenciar con impotencia que su hija se está des­truyendo poco a poco, porque ellos deben saber cómo tratarla y ayudarla. [...]

MARTA RUBIO, Revista Mía. En Lengua y Literatura 3, Santillana, Madrid, 1995.

atajar: cortar o interrumpir una acción o proceso.
atiborrar: hartar de comida.
diurético: que aumenta o facilita la producción de